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Quiero preguntar a todos ustedes, Poetas de la Generación del 27, si no se les “para el pulso y la sonrisa” cuando “llorando con arte y preceptiva”, como dijera la poetisa bilbaína, Ángela Figuera Aymerich, escribían estos bellos poemas de estética intachable, pensando en los caballos del Apocalipsis que, entonces como ahora, recorren hollando con sus rudos cascos el suelo de esta maltratada tierra donde han sembrado tanto dolor, tanta angustia y congoja.
 

Notario José Luis Aguirre Anguiano

Volviendo a utilizar el mea culpa de la poetisa bilbaína, ¿no han sentido ustedes esta terrible paradoja?:

“Que me perdonen todos este lujo, este tremendo lujo de ir hallando tanta belleza en tierra, mar y cielo, tanta belleza devorada a solas, tanta belleza cruel, tanta belleza”.

Mas sería una insolencia hablarles de dolores y sufrimiento a ustedes, miembros de la generación que paladeó belleza y dolor. Pero más allá del esteticismo, quiero que ustedes me revelen el porqué de su poesía; uno por uno los interrogaré, y de tú les hablaré para favorecer la con?dencia.

Comenzaré por ti, Manuel Altolaguirre, hombre de norte y sur, de vasco apellido guipuzcoano y raigambre malagueña, poeta de intimismo: ¿qué te decían tus soledades, antes de terminar tu viaje y encontrar la muerte por tierras burgalesas?, ¿qué periplos interiores recorriste al tiempo que tratabas de entender el porqué de todos y de todo? A ti, Vicente Aleixandre, que fuiste abogado y profesor de Derecho Mercantil, Premio Nobel de Literatura; caballo, sol, león por la propia melena torturado, ¿acaso te ha proveído la poesía tuya de la respuesta a tu pregunta: “¿quién no ama si ha nacido?”?

Tú, Gerardo Diego Cendoya, que te dices poeta sin palabras, ¿ha escuchado Dios tu poema y te ha concedido el don de interpretar las ?ores y traducir las estrellas? De ti, Rafael Alberti, andaluz de mar, no quisiera oír voz, sino que me escribieses la respuesta en esa caligrafía tuya mezclada con dibujos de palomas y que tu letra me respondiera si se te ha matado ya tu nostalgia de mares y palabras.

A ti, Federico García Lorca quisiera gritarte fuerte, como Antoñito el Camborio, para que escucharas y me revelaras los secretos de tu creación, del mito y la metáfora, del acecho, del duende y la lucha con el sueño y con la estatua.

Y todos ustedes: Luis Cernuda, Emilio Prados, José Bergamín, Juan Larrea, José Moreno Villa, veintisietistas por derecho; y tú, León Felipe, que los precediste y tú, Miguel Hernández, que los seguiste, decidme todos: ¿por qué hacíais poesía?

Al referirnos a la Generación del 27, damos por supuesto que dicha generación existió como tal; sin embargo, cabe preguntarse: ¿fue verdaderamente la del 27 una generación literaria? ¿Quiénes la integraban?, ¿cuáles eran sus postulados?, ¿de dónde surgió su denominación?, ¿cuáles son sus raíces y cuál es su trascendencia? Ante todo, cabe aclarar que el método más preciso para analizar la historia en general y la de la literatura en particular, es el que recurre a las coordenadas generacionales.

Aunque sus antecedentes sean tan antiguos como el interrogante por todas las genealogías, las reales y las míticas, tal sistema es novísimo, post-orteguiano, pues antes de Ortega no se habían ?jado las bases cientí?cas para el manejo de tal sistema.

La tradicional historia de las letras dividía las generaciones literarias arbitrariamente, sujetándolas a conceptos ajenos, generalmente políticos, dinásticos o religiosos. Posteriormente, con un criterio menos improvisado, se enfocó a la historia literaria por medio de los llamados movimientos artísticos, los “ismos” que obran (y cobran) una gran importancia desde el inicio del siglo XX; sin embargo, esas corrientes son efectos de causas lógicamente anteriores y estudiarlas en forma aislada, sólo en sus postulados, desentendiéndonos de sus implicaciones generacionales, nos ofrece una visión deformada de las mismas.

Dilthey nos dice que constituyen una generación “quienes durante los años receptivos experimentaron juntos las mismas in?uencias rectoras”.

Dentro de ese marco de identidad que constituye la generación, a?rma Ortega y Gasset, “…cada generación representa una cierta actitud vital, desde la cual se siente la existencia de una manera determinada”.

La generación, para Ortega, no es formada solamente por determinados prohombres, sino se extiende a todos los que son coetáneos. Cabe hacer la distinción, al hablar de “coetáneos”, entre “contemporáneos”, que son todos los que viven en el mismo tiempo físico, y coetáneos: los que viven en una misma edad espiritual; por tanto, según el mencionado ?lósofo madrileño, sólo forma una generación “el conjunto de los que son coetáneos en un círculo actual de convivencia”.

J. Julius Petersen, concretándose a las generaciones literarias, señala que, para que se den éstas, es menester el acaecimiento de ocho factores o condiciones: herencia, coincidencia en la fecha de nacimiento, semejantes elementos educativos, comunidad personal, experiencia de la generación, existencia de un guía o líder, aparición de un nuevo lenguaje de la generación y el anquilosamiento de la vieja generación.

Tomando en cuenta los factores antes mencionados, Guillermo de Torre ha de?nido a la generación literaria de la siguiente manera: “Conglomerado de espíritus su?cientemente homogéneos, sin mengua de sus respectivas individualidades, que en un momento dado, en el de su alborear, se sienten expresamente unánimes para a?rmar unos puntos de vista y negar otros con auténtico ardimiento juvenil”.

Este mismo autor señala que a un tiempo conviven cuatro generaciones diversas (que también pueden ser cuatro períodos de una sola y misma generación), que son: “una generación que se extiende de los 20 a los 35 años caracterizada por la a?rmación intransigente de sus propias aportaciones, tanto por la negación violenta de las anteriores; otra de los 35 a los 50 de consolidación, dominio, expansión, donde se a?rma el nuevo estilo de ideas o estado de sensibilidad propios de tal generación; otra de los 50 a los 65 que en algunos miembros, ocasionalmente puede presentar las mismas características del período anterior, pero que más frecuentemente supone el abandono de posiciones, el paso de cierto anacronismo que ya se hace más claro en el último de los  cuatro períodos; es decir, de los 65 años en adelante”.

Cuando una generación tiene conciencia de su propia existencia se constituye un “movimiento” propiamente dicho, cuyo nacimiento puede precisarse mediante la aparición de un mani?esto, una proclama o la publicación de un libro importante que ?je los principios en los cuales dicho movimiento se sustenta.

Así ha sucedido en los inicios de todas las vanguardias europeas, algunas de las cuales son verdaderas generaciones, que han iniciado su vida en el mundo de las letras con el lanzamiento de una proclama o mani?esto, muchas veces acompañado de disparatadas manifestaciones extraliterarias.

Los movimientos vanguardistas proliferaron en Europa desde el nacimiento de nuestro siglo XX, tanto que en 1930 la Gaceta Literaria incluía una copiosa enumeración de dichos movimientos: “futurismo, expresionismo, cubismo, ultraísmo, dadaísmo, superrealismo, neoplasticismo, abstraccionismo, babelismo, zenitismo, simultaneísmo, suprematismo, primitivismo, anlirismo, y en el área latinoamericana: nativismo, criollismo e indigenismo”, más un largo y prolongado etcétera.

Los movimientos literarios que tuvieron una mayor in?uencia sobre la generación del 27 fueron: el cubismo, el dadaísmo, el surrealismo, el ultraísmo y en menor medida, el futurismo.

El cubismo literario se basaba en la simultaneidad de puntos de observación de un plano, la incorporación de ciertos elementos de humor a la obra literaria y un talante antisentimental o antirromántico, que da a las obras cubistas un aire bastante frígido.

El futurismo de Filipo Tommaso Marinetti reivindicó el valor estético de la máquina, intentando trocar poéticamente el tranvía y el biciclo frente a la nube y los pájaros, lo cual introdujo en el mundo literario una corriente metafórica anti-mítica.

El dadaísmo y el surrealismo constituyeron una verdadera revolución dentro del arte y la literatura, pues más que movimientos literarios, constituyeron perspectivas de interpretación de lo existente con su propio sistema de valores.

El dadaísmo fue un movimiento destructivo de “terrorismo cultural”; el exhibicionismo, el insulto, la burla soez fueron las armas de este movimiento que pretendió romper de?nitivamente con el pasado.

El surrealismo, por su parte, nació “del encuentro fortuito entre una máquina de escribir y un paraguas sobre una mesa de disección”, según la imagen del Conde de Lautréamont y que corresponde, según el pintor germánico Max Ernst, al “acoplamiento de dos realidades en apariencia inacoplables en un plano que no les conviene”.

A partir de que en 1925 la Revista de Occidente publicó “El Mani?esto Surrealista” de André Breton, en España tuvo lugar una multitud de publicaciones de tema surrealista.
El 18 de Abril de ese mismo año, en la residencia de estudiantes donde vivían Lorca, Dalí, Buñuel; Aragón, el poeta surrealista dio una conferencia “contra la ciencia, el trabajo y la civilización”.

La in?uencia surrealista se mani?esta en España de varias maneras:

a).- Utilización, por los poetas españoles, de un lenguaje onírico, lo que fue una característica común a toda la Generación del 27.
b).- Emancipación métrica manifestada por la destrucción de la forma y la exaltación de los contenidos.
c).- Aparición de obras de corte completamente surrealista, tales como:

• Sobre los Angeles, de Rafael Alberti
• Un Poeta en Nueva Cork, de Federico García Lorca
• Espadas como Labios, de Vicente Aleixandre

El ultraísmo, por su parte, es un vanguardismo de cuna netamente española. “Postulados del ultraísmo eran” –nos dice Jiménez Frontín– “la refundición de todas las vanguardias mundiales, la supresión de la rima y la puntuación, la reivindicación del valor visual tipográ?co del poema, el cultivo de la imagen indirecta y doble al estilo cubista, la permuta de sensaciones en la metáfora y en general su reacción antinovecentista, antisentimentalista y antitrágica”.

De las ?las ultraístas pasó a la Generación del 27, Gerardo Diego, cuya in?uencia propagaría en derredor suyo.

La denominación de la “Generación del 27” fue dada en mérito a su primera manifestación pública conjunta, con motivo del tercer centenario de la muerte de Góngora.

Al enterarse de que la Academia de la Lengua no celebraría el centenario gongorino, a quien consideraban cursi, extravagante y de?nitivamente superado, un grupo de jóvenes poetas decidió dar la batalla por el cordobés. Así, Dámaso Alonso preparó una edición de Las Soledades, Gerardo Diego reunió su Antología Poética en honor a Góngora y en su revista Lola publicó la crónica del centenario gongorino; Litoral, la revista que en Málaga era dirigida por Emilio Prados y Manuel Altolaguirre, publicó también un número de homenaje a Góngora, mientras que Federico García Lorca dictaba una brillante y memorable conferencia sobre “La imagen poética de Dn. Luis de Góngora”.

El homenaje a Góngora puso de mani?esto la existencia de un grupo de jóvenes, nacidos todos alrededor de 1898, que en 1927 habían publicado ya libros importantes, los cuales marcaban, en sello especí?co, un lenguaje propio y quienes diferían o consideraban caduca a la producción poética inmediatamente anterior.
Todos esos jóvenes tenían estudios universitarios, eran entrañablemente amigos entre sí y consideraban su maestro indiscutido a Juan Ramón Jiménez.

Tales características (como puede observarse, llenan las condiciones de Petersen) anunciaban el nacimiento de una nueva generación literaria, cuyo ciclo inicial de quince años podríamos situar entre 1920 y 1935.

El núcleo básico de dicha generación estaba constituido por Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Vicente Aleixandre, Manuel Altolaguirre, Luis Cernuda, Emilio Prados, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Jorge Guillén, Pedro Salinas, Pedro Gar?as y José Bergamín.

Hay autores que discuten la pertenencia a la generación de éste último poeta, por considerar que tuvo un lapso considerable sin escribir en años cruciales para la generación; sin embargo, creo yo que espiritual, biográ?ca, literaria y cronológicamente, todos los poetas mencionados pertenecen a la Generación del 27.

La Generación se sitúa como un movimiento de vanguardia; pero su poesía, señala José Luis Cano, “se inserta en la corriente lírica hispana que viene de muy atrás y en la que son hitos importantes: el cancionero popular anónimo, Garcilaso y López, San Juan y Fray Luis, Góngora y Quevedo, Bécquer, Juan Ramón y Antonio Machado”.

Experimentaron los poetas del 27 dos etapas antagónicas: la primera esteticista, búsqueda toda de la poesía pura bajo la in?uencia –muy marcada en Guillén– de Paul Valéry; en esa época fueron, asimismo, tributarios del esteticismo minoritario de Juan Ramón Jiménez. La segunda etapa es una búsqueda del arte humanizado y emotivo, quizá provocado por la terrible experiencia de la Guerra Civil en la que carecía de sentido una posición esteticista frente a la multitud de problemas humanos y trágicos que se vivían a diario y que requerían de solución en todos los órdenes.

Entonces el aprecio por la poesía de Antonio Machado fue aumentando gradualmente. La Generación contó, como medios de difusión, con revistas, algunas de las cuales eran editadas por sus miembros: Litoral, de Altolaguirre y Prados; Carmen y Lola, de Gerardo Diego; Caballo Verde para la Poesía, que dirigió Neruda cuando embajador de Chile en España; El Monte Azul de Aleixandre, y desde luego Revista de Occidente, del gran ?lósofo José Ortega y Gasset, quien no siendo poeta y por tanto no perteneciendo a la Generación del 27, les abrió las páginas de su revista, como las abrió a todas las más excelsas producciones literarias de la cultura española.

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