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Muchos años vivió y pronto aprendió una verdad sencilla que hizo suya: El arte de la vida consiste en ser feliz, y en dar felicidad a los demás. Aquel que aprende a ser feliz sin hacer daño a nadie ha aprendido a vivir bien. Es mentira que a Dios le guste el sufrimiento de la criatura humana. A Él le alegra nuestra felicidad. Hemos de procurarla, pues, aún en medio del sufrimiento y el dolor, que son también parte de la vida. Buscar la felicidad y darla a otros… Ser parte de la alegría de los demás, y no de su tristeza o sufrimiento… Quien haga eso habrá vivido. Quien no lo haga estará ya muerto en vida…

Paráfrasis de un texto de Armando Fuentes Aguirre Catón.

Luis Enrique Silva Navarro

Mi padre, Fernando Silva Sahagún, nació el 21 de abril de 1914 en San Francisco, California, ciudad en la que mi abuelo Roberto Silva Martínez trabajaba para una Compañía de Importaciones. Cuando tenía tres años, mi abuela, Eloísa Sahagún Campos, quiso que su tercer hijo naciera en Tlaquepaque, para lo cual se puso en marcha por la ruta San Francisco-Manzanillo en barco, y Manzanillo-Colima-Guadalajara en ferrocarril, acompañada de sus dos hijos, mi padre y su hermana. El destino quiso que la hermana de mi padre falleciera a los pocos días de arribar a Tlaquepaque, y mi abuela, de pena, también poco tiempo después junto con el hijo que tenía en su vientre. Como mi padre había quedado huérfano de madre, mis tíos abuelos, Don Jerónimo y Doña María Sahagún Campos, convencieron a mi abuelo para que mi padre se quedara en San Pedro, Tlaquepaque, lugar en el que vivió hasta su muerte. “Los primeros tres años de mi vida los viví en San Francisco, los restantes 92 en San Pedro, Tlaquepaque, ¿de dónde soy? Respuesta obvia…”, solía preguntar mi padre.

Mi padre realizó sus primeros estudios en San Pedro, con unas maestras de apellido Talamantes. Posteriormente ingresó a la prestigiada escuela del profesor Atilano Zavala, ubicada en el centro de Guadalajara. Ahí concluyó sus estudios primarios para ingresar posteriormente a la Preparatoria de Jalisco, recordando que en aquel entonces el sistema educativo no incluía el nivel de Secundario, sino que los estudios preparatorios eran de cinco años, los tres primeros con carácter de “generales” y los dos últimos dirigidos a especializarse rumbo a la Universidad. Mi padre tomó la especialización de ingeniería pues tenía el ofrecimiento de mi abuelo de irse a estudiar a la Universidad de Stanford, en California. Lamentablemente, mi abuelo tuvo que dejar los Estados Unidos debido a la crisis financiera de los años treinta y trasladarse a la ciudad de México, frustrándose así los sueños de mi padre de estudiar en Stanford, hecho que le dolió tanto que tomó la decisión de no estudiar ingeniería y se inscribió en la Escuela de Derecho de la Universidad de Guadalajara.

Mi padre recordaba con mucho cariño a varios de sus maestros, entre ellos a Don Saúl Rodríguez, Constituyente de 1917, quien lo preparó para su ingreso a Leyes, pues hay que recordar que sus estudios en la preparatoria habían ido encaminados a Ingeniería. Ya en la Facultad recordaba con mucho aprecio a maestros de la talla de los licenciados José Guadalupe Zuno, Víctores Prieto, Ignacio Jacobo, todos ellos personalidades muy destacadas en el medio académico y político.

Mi padre recibió su título de abogado el 17 de marzo de 1939. En 1940, cuando tenía 26 años de edad, fungió como presidente municipal del Ayuntamiento de Tlaquepaque. Un año después, el 1 de julio de 1941, el entonces gobernador del Estado, licenciado Don Silvano Barba González, le otorgó el fiat de notario público número 2 de Tlaquepaque, Jalisco, que dieron inicio a una carrera de 68 años ininterrumpidos de actividad Notarial.

Desde hace varios años se había convertido en el Decano del Notariado a nivel nacional y así se lo reconocieron en diversas ocasiones, como en el homenaje que recibió en el marco de la Feria Internacional del Libro del 2003, por parte del Colegio de Notarios del Estado de Jalisco, que presidía entonces el licenciado Lorenzo Bailón Cabrera, quien estuvo acompañado por los Notarios Claudio Boisvert de la Provincia de Québec, y Jorge Alfredo Martínez Domínguez del Colegio de Notarios del Distrito Federal, evento en el que el licenciado Bailón Cabrera dijo:

“Sabemos que nuestra función implica siempre decir la verdad y por ello, nuestros testimonios hacen prueba plena, así, podría resumir diciendo que Don Fernando ha cumplido a toda cabalidad 63 años [este evento se llevo a cabo en el año 2003] de estar diciendo verdades; por ello el Colegio de Notarios que me honro en presidir, determinó que dentro de esta celebración se le hiciera un homenaje a este Decano y por ello, acatando esta determinación, además de entregarle una medalla en testimonio del afecto de su Colegio, me permito hacerle entrega de este reconocimiento.”

Paralelamente a su carrera como notario público, mi padre desarrolló otra actividad que lo llevó a los más altos niveles de reconocimiento: rotario. Fue fundador del Club Rotario de San Pedro Tlaquepaque en el año de 1952, y presidente de su Club en sus dos primeros años de existencia, y al cumplirse sus 25 y 50 aniversarios. No faltó a ninguna sesión durante los 57 años en los que fue socio del Club, y fue Gobernador de Distrito durante en período 1956-57, Instructor Rotario a nivel internacional en tres ocasiones, Presidente del Consejo de Past-gobernadores en el Distrito 4150, representante del Presidente de Rotary Internacional en quince eventos, acudiendo como tal a países como Argentina, Brasil, Costa Rica, Estados Unidos, República Dominicana, Chile y en nuestro propio México, orador invitado en múltiples Conferencias de Distrito.

En palabras de Frank Devlyn, presidente de Rotary Internacional, mi padre en cuyo medio rotario era conocido como “Hechicero”:

“Su participación y actividades rotarias de Presidente de su club, Gobernador de Distrito, Instructor de Gobernadores rotarios en varias ocasiones y representante también en varias ocasiones de distintos Presidentes de Rotary Internacional, hablan y confirman que el Licenciado Fernando Silva Sahagún no es un rotario común. Es de los rotarios más sobresalientes que ha tenido México”.

Recuerdo que mi madre le comentaba a mi padre: le pido a Dios no morir en miércoles, pues me dejarías por asistir a la sesión rotaria.

Deportista de toda la vida, practicó el frontón, el tenis y principalmente el béisbol siendo integrante del equipo “Hechiceros”. Ya mayor de edad y por recomendación médica practicó el golf.

Aficionado fiel a los colores rojinegros del Atlas, tuvo el privilegio de verlos campeones en 1951 y fue integrante fiel, a invitación de Don Moisés Estrada Anzaldo de la “Vieja Guardia” del Atlas, habiendo recibido su reconocimiento como su Decano en el 2008. 

Como pudieron leer en estas líneas mi padre vivió a plenitud sus 95 años de existencia, y aunque fue marcado por una tragedia a los tres años de edad, ésta terminó haciéndolo quedarse a vivir en su amado pueblo San Pedro, Tlaquepaque, bajo el cobijo amoroso de sus tíos Jerónimo y María, quienes lo formaron para dejarnos un legado ejemplar.

Agradezco infinitamente a todos sus compañeros integrantes del Colegio de Notarios, y particularmente a su presidente actual, licenciado Rodolfo Ramos Ruiz, las muestras de cariño que le otorgaron y a mí por darme la oportunidad de PRESUMIR, así con letras mayúsculas, a mi padre el licenciado Fernando Silva Sahagún, el hombre, el rotario y el notario que siempre recordaremos y que hoy disfruta ya de la paz eterna.
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