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Los apotegmas sentenciosos de un admirado intelectual, cuya estética trágica, talante y solitario, penetrante y triste mirada de sabio incomprendido, hombre bueno como el que más, se me grabaron en lo más hondo del alma en mis años mozos, el poeta Pedro Gar?as, una de las personas más angustiadas que he conocido en mi vida, que cargó sobre las espaldas de su enorme corpachón, toda una dramática vida por las calles de dos ciudades de nuestro país que le eran especialmente queridas: Guadalajara y Monterrey, donde murió en el año de 1940 con todo el dolor y el vacío que en el alma deja el exilio.
 

Notario José Luis Aguirre Anguiano 

Un día, entre los largos, azules y brillantes años que sobrevivió el eximio poeta en nuestro país, a la guerra civil española, en la que él había participado, le dijo, con la profunda sabiduría que lo caracterizaba, a un común amigo, don Santiago Roel: “Busca la verdad, y la bondad y la belleza se te dará por añadidura”;  y añadía Don Santiago Roel, que si Pedro Gar?as hubiese nacido en tiempo del Santo de Asís, lo hubiese hecho uno de los suyos.

En un verso de la que, para mí, es su obra maestra poética: “Río de Aguas Amargas”, mencionó, Don Pedro, las que para él eran las palabras más hermosas de la vida, y que son precisamente las siguientes:   PAZ, LIBERTAD, AMOR, JUSTICIA, ESPAÑA.

Podremos observar que, de los primeros conceptos que él re?ere en el verso trascrito son, de entre los adjetivos, lo que llamamos ?losó?camente “valores”, que son cualidades absolutas, inespaciales, intemporales y jerárquicas, residentes en otros sujetos sustanciales; y el quinto es precisamente un sustantivo, que para nosotros los mexicanos es mas bien un adjetivo, pues España es una realidad que no sólo designa un concepto geográ?co-político, sino que aquí se torna en hispanidad, que es una forma cultural de ser cualidad preñada de los valores, que forman la columna vertebral de nuestra identidad nacional.

De los valores a que se re?ere el verso de Don Pedro Gar?as, la paz interior, que San Juan de la Cruz cali?caba con la hermosa palabra de sosiego “el alma sosegada”, es una aspiración a la que todos quisiéramos alcanzar, y la paz exterior, paz social, es no solamente un deseo, sino el basamento imprescindible para el crecimiento de la civilización, de la cultura y del bienestar de todos los hombres, pues genera la seguridad jurídica.

La libertad, por su parte, es el valor que nos hace humanos, pues a golpes de libertad forjamos nuestro ser en constante acción y elección. Algunos saboreamos la libertad intensamente en cada uno de sus momentos, aún los más difíciles y arriesgados. Para otros, la libertad es una terrible carga, recordemos a Jean Paúl Sartre, que con su ateísmo pesimista describe al hombre como un “ser condenado a ser libre”.

La diferencia de los dos puntos de vista contrapuestos la da la convicción, ante la libertad irrenunciable reside en el saber que esa libertad tiene un sentido, “misión” le llamaba Xavier Zubiri, o en el sentir la gratuidad más absoluta y absurda del existencialismo sartriano.

El amor es la fuerza centrípeta que une a toda la creación. Para quienes creemos en la trascendencia, la identi?camos así: “Dios es amor”, como nos lo dice el apóstol Juan.

La justicia, por su parte, es el valor jurídico por excelencia, no tan grande como el amor, ni tan irrenunciablemente dado como la libertad. Es algo por lo que hay que luchar y conquistar día a día y que en momentos sentimos que nos falta, como siente la falta del aire en la garganta quien sufre los efectos de la as?xia.

El siglo que iniciamos, hace poco más de cinco años, comenzó como una espléndida promesa de libertad, paz, amor y justicia, como lo deseaba Don Pedro Gar?as: había caído el muro de Berlín, la Unión Soviética desintegrada había, con la Perestroika y la Gladnost de Gorbachov, reintegrado su independencia a las Repúblicas que la formaban.
La Unión Europea ponía el ejemplo de cómo podrían solucionarse los aspectos negativos de la globalización, hermanando a quienes siempre fueron vecinos y enemigos.

Si bien el terrorismo, la pobreza, el enfrentamiento árabe-israelí y los resabios totalitarios de Cuba, Corea del Norte y China  persistían tercamente, la esperanza brillaba como una fuerte luz, al fondo de la negrura, quizás lejana, pero brillante.

Lo anterior se esfumó bruscamente el 11 de Septiembre del 2001, cuando dos aviones secuestrados fueron deliberadamente estrellados contra las torres gemelas del World Trade Center. Murieron miles de personas de todas razas, nacionalidades y religiones, en uno de los atentados más terribles de la historia, sólo comparables a los crímenes del holocausto, el Culag, o los de Hiroshima y Nagasaki.

Posteriormente el 11 de marzo del 2004 la masacre terrorista de Madrid que recordamos con su injusto dolor, de vidas prematuramente segadas, y su absurdo derramamiento de sangre hermana e inocente, nos hizo concientes de que el mal seguiría cabalgando por la vieja y rugosa piel de nuestra tierra, como los viejos esqueletos de los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Sin embargo, no todo paró allí; estos días que nos anteceden han sido intensos, después de la dolorosa muerte de ese Santo Papa polaco, campeón de la libertad, de la justicia y de la paz, y el entronizamiento en la silla de Pedro, de ese otro gran teólogo y ?lósofo: Joseph Ratzinger. Una multitud de acontecimientos dejan al mundo desconcertado, sin poder explicarse, en rigor, qué está ocurriendo, y frente a la perspectiva de que instituciones, profundamente arraigadas en nuestra cultura, se desmoronan ante nuestros ojos, como los misiles de Irak también caían, ante nuestra mirada ?ja en las pantallas de televisión, indiscriminadamente, tanto chozas como los ridículos palacios creados por la tiranía, y las obras de arte fabricadas por siglos de cultura humana, en el lugar de su viejo nacimiento.

Casi podemos palpar aún la cercana sorpresa de que el pueblo de Francia, el de mayor cultura democrática del mundo, votaba en referéndum en contra de la Constitución de la Unión Europea, la cual los parlamentarios y el ejecutivo representantes de esa democracia, habían votado en pro en forma entusiasta  un poco antes, poniendo en cuestión ante tal enfrentamiento a dos instituciones paralelas de la democracia, como son el voto parlamentario y el referéndum, la voz del pueblo y la de sus representantes que en el fondo deberían ser otro tanto de lo mismo, por lo que es necesario buscar y tratar de entender, como Don Quijote, “la razón de la sinrazón”.

La respuesta, quizás, no está muy lejos, con toda claridad, lo dijo el entonces ?lósofo y cardenal Joseph Ratzinger, ubicando el peor enemigo de la cultura posmoderna en su última comparecencia, en la misa “Pro eligiendo Pontí?ce”, el 18 de abril, con la sede vacante, antes del inicio del cónclave: “El relativismo, es decir, el dejarse llevar por aquí y por allá con cualquier viento de doctrina, aparece como la única postura a la altura de los tiempos modernos. Se va constituyendo -advirtió- una dictadura del relativismo que no reconoce nada como de?nitivo, y que deja como última medida sólo el propio yo y sus deseos”.

Norbert Hoerster, uno de los más notables ?lósofos del derecho, al tratar de sostener su postura positivista, inextricablemente unida al relativismo, a?rma, lo siguiente: (la cita es larga, pero no tiene desperdicio):

“Justamente esto es lo que quisiera sostener con respeto al positivismo jurídico: algunas de las tesis que a menudo son vinculadas con la designación genérica “positivismo jurídico” son insostenibles y merecen ser rechazadas; en cambio, otras están bien fundamentadas y merecen aprobación.

1) La tesis de la ley: el concepto de derecho tiene que ser de?nido a través del concepto de ley.
2) La tesis de la naturalidad: el concepto de derecho tiene que ser de?nido prescindiendo de su contenido.
3) La tesis de la subsunción: la aplicación del derecho puede llevarse a cabo en todos los casos mediante una subsunción libre de valoraciones.
4) La tesis del subjetivismo: los criterios del derecho recto son de naturaleza subjetiva.
5) La tesis del legalismo: las normas del derecho deben ser obedecidas en todas las circunstancias....”

“El iuspositivista, sigue diciendo Hoerster, exige que el concepto de derecho sea de?nido a través de criterios puramente formales, neutros con respecto al contenido. Por lo tanto, desde el punto de vista del concepto del derecho, el derecho vigente puede tener cualquier contenido. Normas tan extremadamente inmorales e injustas, como las leyes racistas en Alemania de Hitler, o en la actual Sudáfrica caen bajo el concepto de derecho si responden a los principios constitucionales internos del respectivo orden jurídico”.

“Con sus tesis de la neutralidad, el iuspositivista aboga, pues, por una estricta separación entre la atribución de la validez jurídica y la formulación de valoraciones ético-normativas”.

“La tesis de la subsunción es falsa. Esto signi?ca que quien aplica el derecho no puede en todos los casos prescindir de valoraciones”.

“Naturalmente, sigue diciendo Hoerster, el legislador, el autor de las normas jurídicas generales, cuando las dicta, realiza por su parte una valoración. Pero esto no afecta, de modo alguno, la tesis de la neutralidad que a?rme que quien desee describir el derecho vigente en una sociedad, por ejemplo, el cientí?co del derecho, o un sociólogo del derecho, lo puede hacer sin recurrir a sus propias valoraciones. Consecuentemente puede de?nirse la doctrina del derecho natural, en tanto posición opuesta al positivismo jurídico, como rechazo de la tesis 2 y 4: “Es partidario de la doctrina del derecho natural quien considera que los criterios del derecho recto valen objetivamente y son cognoscibles (es decir, rechaza la tesis 4) e incorpora también estos criterios sustantivos del derecho recto en su de?nición del derecho, (es decir, rechaza la tesis 2).”

La verdad sea dicha; la defensa que del positivismo jurídico hace Norbert Hoerster se contradice a sí misma, pues, por un lado, a?rma como jurídico y legal, un concepto libre de valoraciones, y por el otro, a?rma que “obviamente” el legislador tiene que llevarlas a cabo, lo cual excluye de la actitud axiológica al abogado y al juez, y a cualquier otro tipo de jurista que se acerca a idéntico fenómeno técnico-jurídico, dejando la axiología para otro tipo de disciplinas.

Lo anterior es la consecuencia que ante la pregunta necesaria del sentido y de las cosas, ciertas corrientes del pensamiento actual han acabado en un simple análisis lingüístico, rechazando no sólo la axiología, sino aun la lógica y la metafísica.

El relativismo se encuentra ?losó?camente enfrentado a la creencia en las naturalezas, comenzando por la naturaleza humana misma, que se convierte solamente en una estructura (Lèvi-Strauss) o en un “sin sentido” (Witgenstein); casi cabría aquí la gradación de Sor Juana Inés de la Cruz, pero aplicada a la realidad toda: “Es cadáver, es polvo, es sombra, es nada”.

Otro neopositivista e ilustre jurista, Gregorio Peces-Barba, sostiene una tesis que en realidad constituye una franca apertura, una coexistencia con la estimativa jusnaturalista, que él denomina “eticismo”.

“Esas posiciones encontradas, eticismo y legalismo, conducen en la cultura jurídica el diálogo de sordos de dos reduccionismos. En estas páginas, intento hacer un esfuerzo de construcción de un modelo teórico, con materiales de la realidad social y del pensamiento moral y jurídico que pretende, en última instancia, demostrar que el Derecho necesita a la moral, y que la moral tiene un importante espacio en el Derecho. Esa moral que llamo ética pública, a condición de respetar, ambos, las reglas del juego de cada uno de ellos”.

Una postura abiertamente iusnaturalista la sostuvo un general argentino, profesional de vocación castrense y ajeno a los abusos de la dictadura militar.

“El general retirado Martín Balza, ex comandante en jefe del ejército argentino de 1992 a 1999, mide un metro ochenta de altura; sirvió durante 48 años en el arma de Artillería; en 1982 participó en la guerra de las Islas Malvinas, y actualmente es Embajador en Colombia”.


Nadie –expresa el mencionado general- está obligado a cumplir una orden inmoral que se aparte de las leyes y reglamentos militares. Quien lo hiciere incurre en una conducta viciosa, digna de sanción”.

Y en realidad, el general Balza tiene razón, y viene muy al caso una nueva cita del nuevo Papa, quien en un célebre debate en Munich realizado en enero del 2004, Ratzinger se reunió con Jürgen Habermas, y retomó la discusión sobre las bases morales del Estado liberal. Para sorpresa de muchos –entre ellos el pensador católico y conservador Robert Spaemann-, el ?lósofo y sacerdote coincidieron en algunos puntos. Habermas, defensor de un estilo de republicanismo kantiano, mencionó la teología medieval y la escolástica española en la genealogía de los derechos humanos. Pero lo más importante: coincidió que el catolicismo es compatible con su peculiar liberalismo político: ”Por el lado católico, con la idea de “luz natural”, con la idea de lumen naturale, hay una relación mucho más distendida, y nada se opone, en principio, a una fundamentación autónoma de la moral y el derecho, independiente de las verdades reveladas”.

“No, no se trató de politesse académica y buenas maneras: Ratzinger había expresado, desde hacía mucho tiempo, que el Estado liberal –el que tutela los Derechos Humanos- tienen motivaciones cristianas.”

Comentando también ese anticipado debate entre Jurgen Habermas y Joseph Ratzinger, la prensa expresa una ingeniosa y no menos certera sátira*, de Leo Strauss, sobre el relativismo: “Si todo se vale, el canibalismo es sólo un asunto de gustos”.

Uno de los hechos más sorprendentes de estos últimos días, en que los problemas de gran parte del mundo se centran en las enfermedades, el hambre y la pobreza de las mayorías, ciertas asambleas legislativas de países altamente cali?cados por su cultura, inexplicablemente han centrado todo el poder de su facultad de legislar en la modi?cación de leyes, que sólo pretenden halagar a minorías muy combativas, tales como las que pugnan por la despenalización del aborto, el matrimonio homosexual y la eutanasia, además de la liberación de taxativas para la clonación humana, y algunas otras aventuras en que el genoma humano es la materia prima del ludismo cientí?co de manipulaciones genéticas.

Huelga decir que, las normas anteriormente mencionadas llevaron a cabo, o están llevando rigurosamente el proceso legislativo de carácter exclusivamente formal, que ignora o deja de lado valoraciones morales o jurídicas.

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